sábado, 26 de abril de 2008

Soda Stereo, de música ligera y Evita.


Se incurre en pocas originalidades tanto si uno intenta deconstruir lúdicamente las letras de canciones –verdaderos poemas, para horror de legitimistas bourdeanos- de conjuntos musicales, como leer en las líricas de bandas de rock argentino las influencias ejercidas por el peronismo. Capusotto, su programa y el guionista con el que traman esa concatenación de chistes absurdos, nos dejaron un campo cerrado y abierto a la vez. Un campo minado y, al mismo tiempo, libre de minas, bombas y muchachas. Cerrado y minado porque, como se escribió arribamente, se es muy poco original si se intenta relacionar las letras de canciones de bandas argentinas con el peronismo y sus cuatro o cinco versiones. Pero, también, porque, aún si se intentara hacerlo, seguramente, lo que escribirá será de un grado de absurdidad y pseudo-surrealismo considerablemente menos ocurrente y disruptivo que las asociaciones realizadas por Capusotto y companía.

Lo que podríamos llamar su fórmula, por denominarla de alguna manera, sin embargo, se basa en una táctica que, creo, pocas veces ha sido analizada y pensada. O, al menos, en lo que a mis lecturas se refiere, pocas veces se ha escrito sobre ella. Capusotto y su compañero de trabajo no toman las letras de las canciones tal y como vienen para buscarle –de dar vueltas- ramificaciones paródicas y desopilantes en relación con la marea –que a veces nos puede dar flor de golpes- de discursos que el peronismo, desde su surgimiento, proscripción, re-lectura y actual pseudo-hegemonía, ha suscitado. Eso es, quizá, lo que tanto molesta del peronismo: no sólo, vale aclararlo, a los anti-peronistas –peroncha y zoológicamente hablando, los gorilas (deben ser, deben ser)-, sino, también, a los que, sin ser peronistas, tampoco son anti-peronistas. Es decir, no son peronchos pero tampoco son gorilas, para decirlo en un léxico más cercano a los altos desarrollos teóricos manejados no sólo en ámbitos militantes –peronistas o de izquierda a secas y siniestra-, sino, asimismo, académicos. A veces, se nos cae una lágrima -sin ponernos lacrimógenos ni sensibiloides- cuando escuchamos –y leemos y vemos- a determinados profesores e investigadores decir lo que dicen sobre aquel fenómeno histórico-político. En el caso de que fuera divisible, no tanto por lo dicho -es decir, por el contenido-, como por cómo se dice. Lo cual, dado que la forma y el contenido son dos elementos que no pueden considerarse por separado -motivo por el cual hay quienes acudimos a otra fórmula, forma-contenido, para pensar una y otra en sus uniones fenomenológicas y divisiones analíticas-, provoca que el resultado de aquella pobreza formal académica-profesoral sea una sencillización del contenido. El que, por si no estuviera suficientemente clara nuestra posición (¿de qué hablamos cuando hablamos de nosotros?), va de la mano de la forma, ya que, ejemplificando, no hay posibilidad de que un mismo contenido(forma, agregaríamos nosotros) pueda ser dicho de dos o más maneras, ya que este cambio de la forma(contenido, volveríamos a acotar, para furia de los presentes) implicaría dos o más nuevas formas-contenido. La forma, digamosló de una vez, sin tantos pelos en las letras, es tan importante que, mientras que aquella puede volverse, plegarse, sobre el contenido –la forma de tratar un tema, por ejemplo, los 70’s, hace al contenido de lo que se dice-, el contenido, en cambio, no puede hacerlo sobre la forma –no es que determinados contenidos deban ser tratados, formalmente, de sola y única forma: nuevamente los 70’s acuden en nuestra ayuda y nos permiten reseñar que un mismo contenido (la militancia político-armada, la clandestinidad) puede ser tratados, cuanto menos, de dos formas, que más que diferentes resultan antagónicas: de un lado, victimizante y heroizadora, por sólo dar dos ejemplos, uno gráfico y otro cinematográfico, Ezeiza de Verbitsky y Cazadores de utopías: del otro, satírico y hasta irreverente, La vida por Perón de Daniel Guebel y la homónima película dirigida por Sergio Belloti-. Pareciera de más agregar que estos diferentes tratamientos formales conllevan sus respectivas perspectivas sobre lo tratado: ¿Cómo sería un libro o una película ingenuizante y endiosadora de la militancia –armada o no, no viene al caso esta básica distinción- setentista, desde un postura –es decir, posición corporal-intelectual- satírica y burlona sobre ella? ¿Es ello posible? ¿Algún ejemplo?

Capusotto -y todo su equipo, claro-, se inscribe en esta forma de tratamiento de un asunto que, aún hoy, a más de sesenta años de pies sucios en fuentes plazamayísticas y treinta de disputas internas y derrocamiento de un gobierno que fue la perfecta antesala de la más genocida dictadura cívico-militar, sigue hiriendo tantas susceptibilidades. Los patéticos carteles -leyenda: No jodan con Perón- pegados por las patéticas 62 organizaciones peronistas cuando el aparato judicial argentino comenzó a investigador las vinculaciones –confirmadas hasta por un famoso viejo peronista que todavía conserva los cuadros del primer trabajador y de la jefa espiritual de la nación en su casa: Bonasso- de Perón con la Triple AAA, o los igualmente patéticos carteles recientemente pegados por el nada patético pero igualmente peronista Movimiento Evita como respuesta, nacional y popular, con Clemente, Pattoruzu y Mafalda de por medio, al capítulo de los norteamericanos Simpson en donde Lenny, Carl y Barney llaman dictador a Perón –hasta rima y todo-, son un ejemplo de ello. De las pasiones que despierta, y de las susceptibilidades –demasiado sensibles para algunas cosas (críticas a Perón), pero demasiado poco para otras (fue Perón y el PJ, el mismo que hoy Kirchner está intentando remaquillar, los que asesinaron a miles de militantes hoy homenajeados, por ejemplo, por el movimiento comandado por Pérsico)- que, aún hoy, siguen sintiéndose heridas. Susceptibilidades que, como fue escrito, podrían ser un poco más sensibles para con cuestiones más importantes que la catalogación de su inmortal líder como dictador por una norteamericana –y, por lo tanto, cipaya y vendepatria- y adolescente serie, y un poco más sensibles para con asuntos realmente relevantes para la memoria histórica, la justicia y la verdad y los derechos humanos que tanto dicen –y redicen- defender como las vinculaciones –por no decir, directamente, relaciones de mando y dirección- de su populista e históricamente complejísimo líder con grupos paramilitares que no sólo asesinaron a los compañeros y compañeras que estos sectores –desde este punto de vista, justificada y valorablemente- reivindican, o enviaron al exilio a familias enteras por amenazas mafiosas a alguno de sus miembros no necesariamente militante pero sí públicamente de izquierda, sino, aún más gravemente, que fueron la mano de obra policial y asesina sobre la que se empalmó, no mucho después, la genocida dictadura militar. Como resulta sobradamente conocido, la Triple AAA, luego resignificada por Walsh como las tres armas, resemantización retomada fílmicamente por el perretista-erpiano grupo cinematográfico militante Cine de Base, significaba -significa- Alianza Anticomunista Argentina. Es una pregunta habitual de estudiantes de CBC –aunque, lamentablemente, no sólo de ellos-, o de primeros años de universidades públicas, cuáles son, al fin y al cabo, según Marx o quien sea, las diferencias entre socialismo y comunismo. Es decir, en la imaginación de adolescentes-casi-adultos, aquellos términos aparecen lo suficientemente difusos como para no poder ser distinguidos fácilmente. Similar falta de precisión conceptual de la que hacían gala los integrantes de la Triple AAA, con la pequeña diferencia de que estos eran fascistas –aunque también los hay estudiantes: o sea, hay estudiantes de Sociales y Filosofía y Letras abiertamente fascistas-, y que se encontraban armados hasta la cruz católica para asesinar a todo lo que estuviera mínimamente relacionado con espacios desde progresistas hasta revolucionarios. Así como AAA, para ellos, significaba Alianza Anti-comunista Argentina, la segunda palabra pos-guión de la segunda palabra de la fórmula, tranquilamente, podría haber sido socialista. La Triple AAA podría haber sido la Alianza Anti-Socialista Argentina. ¿Cómo seguir defendiendo –de las 62 organizaciones no se espera nada, uno espera de quien tiene esperanzas que puede ofrecer algo positivo: por ejemplo, cambios de perspectivas- a un líder que, al mismo tiempo que los necesitó para volver y los alentó para que sigan siendo formadamente especiales, persiguió, obligó al exilio o directamente asesinó a los que militaban por la construcción del socialismo nacional, mediante la creación y supervisión de las tres A? Ahora sí, la Alianza Anti-comunista Argentina. ¿Cómo hacer memoria, voluntariamente, de un fragmento, pero, adredemente, hacer olvido de otro? Ni siquiera un olvido necesario y purificador, el olvido precedido por la justicia –terrenal, la única justicia- y la verdad. O las verdades, para ser menos simplificadores y reduccionistas.

Este escrito se proponía tratar sobre Soda Stereo y su música ligera y Evita, y sólo tangencialmente Capusotto y el peronismo. Quizá lo logré en su segunda entrega.

No hay comentarios: