
Se incurre en pocas originalidades tanto si uno intenta deconstruir lúdicamente las letras de canciones –verdaderos poemas, para horror de legitimistas bourdeanos- de conjuntos musicales, como leer en las líricas de bandas de rock argentino las influencias ejercidas por el peronismo. Capusotto, su programa y el guionista con el que traman esa concatenación de chistes absurdos, nos dejaron un campo cerrado y abierto a la vez. Un campo minado y, al mismo tiempo, libre de minas, bombas y muchachas. Cerrado y minado porque, como se escribió arribamente, se es muy poco original si se intenta relacionar las letras de canciones de bandas argentinas con el peronismo y sus cuatro o cinco versiones. Pero, también, porque, aún si se intentara hacerlo, seguramente, lo que escribirá será de un grado de absurdidad y pseudo-surrealismo considerablemente menos ocurrente y disruptivo que las asociaciones realizadas por Capusotto y companía.
Lo que podríamos llamar su fórmula, por denominarla de alguna manera, sin embargo, se basa en una táctica que, creo, pocas veces ha sido analizada y pensada. O, al menos, en lo que a mis lecturas se refiere, pocas veces se ha escrito sobre ella. Capusotto y su compañero de trabajo no toman las letras de las canciones tal y como vienen para buscarle –de dar vueltas- ramificaciones paródicas y desopilantes en relación con la marea –que a veces nos puede dar flor de golpes- de discursos que el peronismo, desde su surgimiento, proscripción, re-lectura y actual pseudo-hegemonía, ha suscitado. Eso es, quizá, lo que tanto molesta del peronismo: no sólo, vale aclararlo, a los anti-peronistas –peroncha y zoológicamente hablando, los gorilas (deben ser, deben ser)-, sino, también, a los que, sin ser peronistas, tampoco son anti-peronistas. Es decir, no son peronchos pero tampoco son gorilas, para decirlo en un léxico más cercano a los altos desarrollos teóricos manejados no sólo en ámbitos militantes –peronistas o de izquierda a secas y siniestra-, sino, asimismo, académicos. A veces, se nos cae una lágrima -sin ponernos lacrimógenos ni sensibiloides- cuando escuchamos –y leemos y vemos- a determinados profesores e investigadores decir lo que dicen sobre aquel fenómeno histórico-político. En el caso de que fuera divisible, no tanto por lo dicho -es decir, por el contenido-, como por cómo se dice. Lo cual, dado que la forma y el contenido son dos elementos que no pueden considerarse por separado -motivo por el cual hay quienes acudimos a otra fórmula, forma-contenido, para pensar una y otra en sus uniones fenomenológicas y divisiones analíticas-, provoca que el resultado de aquella pobreza formal académica-profesoral sea una sencillización del contenido. El que, por si no estuviera suficientemente clara nuestra posición (¿de qué hablamos cuando hablamos de nosotros?), va de la mano de la forma, ya que, ejemplificando, no hay posibilidad de que un mismo contenido(forma, agregaríamos nosotros) pueda ser dicho de dos o más maneras, ya que este cambio de la forma(contenido, volveríamos a acotar, para furia de los presentes) implicaría dos o más nuevas formas-contenido. La forma, digamosló de una vez, sin tantos pelos en las letras, es tan importante que, mientras que aquella puede volverse, plegarse, sobre el contenido –la forma de tratar un tema, por ejemplo, los 70’s, hace al contenido de lo que se dice-, el contenido, en cambio, no puede hacerlo sobre la forma –no es que determinados contenidos deban ser tratados, formalmente, de sola y única forma: nuevamente los 70’s acuden en nuestra ayuda y nos permiten reseñar que un mismo contenido (la militancia político-armada, la clandestinidad) puede ser tratados, cuanto menos, de dos formas, que más que diferentes resultan antagónicas: de un lado, victimizante y heroizadora, por sólo dar dos ejemplos, uno gráfico y otro cinematográfico, Ezeiza de Verbitsky y Cazadores de utopías: del otro, satírico y hasta irreverente, La vida por Perón de Daniel Guebel y la homónima película dirigida por Sergio Belloti-. Pareciera de más agregar que estos diferentes tratamientos formales conllevan sus respectivas perspectivas sobre lo tratado: ¿Cómo sería un libro o una película ingenuizante y endiosadora de la militancia –armada o no, no viene al caso esta básica distinción- setentista, desde un postura –es decir, posición corporal-intelectual- satírica y burlona sobre ella? ¿Es ello posible? ¿Algún ejemplo?
Capusotto -y todo su equipo, claro-, se inscribe en esta forma de tratamiento de un asunto que, aún hoy, a más de sesenta años de pies sucios en fuentes plazamayísticas y treinta de disputas internas y derrocamiento de un gobierno que fue la perfecta antesala de la más genocida dictadura cívico-militar, sigue hiriendo tantas susceptibilidades. Los patéticos carteles -leyenda: No jodan con Perón- pegados por las patéticas 62 organizaciones peronistas cuando el aparato judicial argentino comenzó a investigador las vinculaciones –confirmadas hasta por un famoso viejo peronista que todavía conserva los cuadros del primer trabajador y de la jefa espiritual de la nación en su casa: Bonasso- de Perón con
Este escrito se proponía tratar sobre Soda Stereo y su música ligera y Evita, y sólo tangencialmente Capusotto y el peronismo. Quizá lo logré en su segunda entrega.
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