jueves, 28 de agosto de 2008

Otro martes al balde.

Caminaba por Avenida Córdoba y Uriburu

cuando me crucé con un pueblo originario y un cristiano anarquista

quienes me recordaron la revolución del ‘18

y la regeneración moral del ’30.

Yo les dije: A tomar por culo manga de mamones

y ellos me respondieron sobre la necesidad del gobierno tripartito

y el tamiz –o matiz- sanmartiniano del ejército en acción.

Yo ingenuo e inocente les pregunté si estaban locos

y uno de ellos me contestó sobre el potencial revolucionario de la locura

mientras el otro me decía: Vos sos un boludo.

Le pregunté en qué sentido decía lo que decía

él se privó de citar al adolescente y al loco

pero el otro me miraba con cara de: Loco, qué pedazo de centrista.

Seguí mi camino de vuelta del centro

cuando me acordé del nazi y el camino como destino

y suspiré nostálgicamente

con la suficiencia de lo superado.

Lo que no pude superar fue la necesaria molestia corporal

ante el quiosquero de la esquina al que le compro películas y música

cuando dice mayores obviedades como si fueran celestinas revelaciones

mientras autistas a su alrededor pululan como ramificaciones de un árbol.

Antes de cruzar la calle

mientras saludaba con la mano derecha a los que ya se habían despedido de un tercero

me di cuenta que el par al mismo tiempo

me había salvado la vida y robado una causal cita a ciegas de medianoche.

Con lo bien que a mí se me da la miopía pensé

pero en ese instante confesé que no es tanto lo que me gusta preguntar

entonces volví a la búsqueda de respuestas

en libros que se citan muy bien diez felicitado.

En los tachos de basura abrevaban habas de las que se cuecen en todas partes

yo que siempre tomo la parte por el todo o busco la parte del todo que hay en la parte

y entonces tomé partido y me partí por un partida en la que perdí

y eso que antibatailleanamente en esa oportunidad jugué a ganar.

Los que sí habían perdido la vergüenza eran el quiosquero el autista y el tercero

el primero porque pensaba que lo que decía sí era interesante

el segundo porque sin interesarse en lo anterior se refugiaba en un mundo de silencios

y el tercero porque no me acuerdo y es falso eso de que la tercera vez sea la vencida.

Venceremos puñeaban los puñetas de mis compañeros de organización

en una reunión clandestina con Juanes Pablos descamisados de saco y corbata

en donde planeábamos el ajusticiamiento de Julio Cesar y su posterior publicación

habrase visto andar votando en contra de pequeños chacareros y grandes maoístas.

Cuando dije mao un grupo de homosexuales se puso a bailar

al recuerdo del afamado boliche que tóxicamente se fue al cielo en Bariloche

y justo cuando me iba Néstor me obligó a mostrarle lo que escribía

el efecto grabador está seriamente prohibido en ámbitos militantes.

Me dijo que era muy corto como la tuya agregó

y que debía ser más largo como la mía acotó

porque todos los poemas deberían ser largos se largó a reír

mientras yo lo miraba con una mezcla de faso y relajo.

Él me dijo tío coño joder soy yo ¿quién va a ser?

y caí en la cuenta que ese día no había cogido

tanto escuchar a quiosqueros o autistas pelotudos tanta militancia

a tomar por culo la milis yo OAD pero el servicio militar no lo hago ni puto.

Puto el que lee. Puta la que escribe. Puta que lo parió. Éramos pocos y.

23/08/08, Bs. As.

jueves, 14 de agosto de 2008

Barcaza de papel.


Hoy me acordé de vos –cuánto romanticismo de cabotaje-
porque un maletero de cinemateca me dejó a las buenas
un barquito de papel antes de que viera
un film sobre Kafka y comunismos.
Me acordé cuándo me enseñaste
a hacer barcazas de erotismo
en un bar de Larrea y Pueyrredón
antes de que los ingleses bombardearan –bardearan- Barrio Norte
con Calamaro Andrés como copolito del Enola Gay.
Después –o antes no recuerdo- me hice homosexual
-bien médica la cosa- pero ahora me volví a enfermar
y soy normal otra vez –complacientemente para con las bichas-.
No te quiero aburrir la película fue un bodrio
-como este puema-
los mismos conocidos de siempre –no estaba La Renga
sí Boudelarie- las mismas tetas que de costumbre.
Ahí me acordé de las tuyas
pero estaba mi hermana en casa
-pajeramente- no me pude tocar
así que me senté a leer Hegel.
En eso no sabés
me crucé con un mina con unas tetas y un orto increíbles
-hasta a vos te hubiera gustado estoy seguro-
que me invitó a coger –así nomás en la vía impúdica Córdoba y Callao-
a un hotel alojamiento de San Telmo que no conocía.
Le respondí que no me gustaba el blues
y que el barrio no me encantaba
que mejor lo dejábamos para otra tardecita
así librado al azar y la indeterminación
¿Qué te parece? le pregunté
ella me hizo un gesto yanqui que no comprendí
me dijo pajero y se largó a caminar
yo creo que estuvo de acuerdo ¿vos qué creés?
Lo cierto es que me acordé de vos por un barco de celuloide
que me bailó una batahola de batucadas ahí mismo
en pleno cine de oferta
docentes estudiantes y jubilados –en ese orden- seis pesos.
Dos mangos menos que la cerveza que compramos
cuando me hiciste una barcaza de papel en la que jamás monté
porque jamás montamos mentiras acuáticas o empapeladas
en verdades -efecto de- que luego –Lugo, compañero presidente
o viceversa- no se saben sostener.
No se pueden.
No se puede.
No sé pu.

martes, 12 de agosto de 2008

Influencia de Naïf en la (solemnemente hablando) joven literatura barroca argentina: La catedral.


Vamos a volver

y cuando volvamos seremos millones

u hormigones que se rinden

en la primera parte de una neogótica facultad.

Seremos sermones

que no tienen curas que los dicten

meones que conocen el camino al baño

pero desalojan –aihoja- en el paladar amigo.

Que estoy orgullo de mi catedral

-fue soñado anoche, no puede haber equivocaciones-

quiere decir que estoy orgulloso de que estés sentada

sobre este reloj que está a punto de acabarse.

Yo cumplí con vos

resta que vos cumplas conmigo

y el cielo con la tierra

y Evita con la oligarquía.

Evitá la senda izquierda de las calles con dos manos

suelen ser las que conducen al choque

o al escupí-tajo de un flemático turista británico.

¿Te acordás cuando cogimos enfrente de la Torre de los Ingleses

y yo te dije que era tiempo de irnos

pero vos decías que todavía no

que unos minutos más?

La policía terminó llevándonos al parque de diversiones de la tortura

y las huellas dactilares

por chupada de tetas en la vía pública

la detención se fundamentó en un eruto de Perón del ‘45

y vos les dijiste que eras montonera

pero no hubo caso

nos llevaron igual.

En la comisaría el comi-sario no tenía caballos pero sí picana

y cogía –violaba- como un burro

por lo que después pude saber por tus familiares.

Pero resultó que no hubo después

motivo por el cual no hubo vuelta

por lo que tampoco hubo millones

ni hormigones ni sermones ni meones.

Lo que sí hubo

-vale la pena recordarlo-

fueron tajos en los cuerpos y marcas en la piel

memorias en el hueso

y contraofensivas que fueron más contras que ofensivas.

A la vuelta de la esquina

-en un corredor polaco de atajo a lo del chongo-

estaba esperando una cita tabicada La Revolución.

Así

con mayúsculas y finales.

La seriedad ante todo: Cómo escribir la mejor novela del mundo.


Quizá -y se solicitan disculpas por las inmodestias y ahumildades que están a punto de escribirse-, el secreto de una gran novela sea un mejor comienzo. Esos comienzos que, como la canción que tanto rueda por charts radiales y canales musicales del grupo Ella es tan cargosa, están ya comenzados: se inician como por la mitad, están siempre dispuestos a echarnos en cara que hubo ruidos y silencios que pre-cedieron ese comienzo, del que nosotros, simples y tristes mortales, nos encontramos vedados.

Por dar ejemplos contemporáneos, de dos considerados jóvenes que en realidad dejaron de serlo hace mucho tiempo, una cosa es el comienzo de la novela Historia del llanto (2007) de Alan Pauls –más allá de su acercamiento estratégico y tratamiento superficial de los setentas y la opción política por la lucha armada-, y otra cosa, muy distinta, es el inicio de la novela Ciencias morales (2007) de Martín Kohan –independientemente, también, de su significativa y comunitaria necesidad subjetivoliteraria de tallar y remachar su pertenencia secundaria al Colegio Nacional de Buenos Aires-. Y un comienzo de novela es muy diferente al de la otra porque, como solía repetir el personaje de Panigassi –Juan Leyrado- en la populista-costumbrista serie Gasoleros del noventista-multimediático Canal 13, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Entonces, una cosa es un comienzo que capta la atención del proyectado lector y lo invita a dejar el texto en caso de poder hacerlo, como puede leerse en la última novelita de Pauls, y otra cosa es un inicio más preocupado por continuar la serie temática que se inició en las primeras novelas -y por dejar bien clarito el colegio en el que se cursaron estudios secundarios-, como se lee en la última novela de Kohan.

Kohan y Pauls, alguien tiene que realizar el escritural trabajo sucio de decirlo, son niños mimados tanto de la crítica literaria argentina como de la academia universitaria porteña. Ambos egresados de las aulas de Letras de la UBAla bandita de Filo que, justa y justificadamente, tanto le molesta a Kohan cuando es escrita por desafilados filósofos oficialistas como JP Feimann, o bien por personajes como Fogwill, cada día más parecido no al historiador Jorge Saborido como al althusseriano y lacaniano Sergio Caletti-, tanto Pauls como Kohan pueden ser pensados o bien como la continuación contemporánea de la tradición de escritores argentinos cultores de las buenas formas literarias, en el caso del primero, o bien como escritores que, sin ser jóvenes pero tampoco viejos, poseen una prolífica producción, en el caso del segundo.

También, claro, pueden ser pensados como los literatos cuyos comienzos de novelas nos permiten avanzar hacia el bosquejo de las características imprescindibles que jamás deberían faltar en la redacción de la mejor novela del mundo. Un buen comienzo, atrapante y sensual, se encontraría entre ellas, desde ya. Un acercamiento no estratégico o conveniente, sino derrotista o desinteresado, hacia el tema en cuestión, también, claro. Un tratamiento profundo y obsesivo, y no superficial y generalista, sobre la temática, tampoco podría faltar, no. Un comienzo menos preocupado por prolongar series personales, o por remarcar personalísticamente trayectorias educativas autobiográficas, que por -como escribía Fontanarrosa- agarrar de las bolas –o los ovarios- al lector y provocarlo a que intente abandonar la novela porque su narrador está convencido de que no va a poder hacerlo -porque el inicio es interesante, sugerente y la mar en coche- también, por supuesto. En conclusión, un comienzo que sea una relativa buena canción empezada con una cadencia ya comenzada, o un inicio que resulte el sabor a vino o helado o caramelo de los labios que besamos, o -en fin- un comienzo que fuerce al lector que acaba de comenzar a leer la novela a convencerse que entre su inicio y su final no resta mucho, que quedan pocas páginas, que esta noche la termina.

Al fin y al cabo, un comienzo que, a fin de cuentas, sea también un final.