martes, 5 de mayo de 2009

Barañao SA Responsabilidad Limitada.


Barañao estaba notoriamente molesto. Se lo veía indignado, ofuscado, furioso. Sobre el científico y técnico escritorio de su tecnológico e innovador ministerio poseía las hojas con los resultados y análisis de las inscripciones universitarias del último año. Los argentinos –y argentinas, le acotó corrigiéndolo la presidenta, la misma que gozaba de un orgasmo cada vez que deletreaba tejido social- jóvenes y jóvenas, después de cuatro años de segundo gobierno y primer ministerio, seguían sin aprender a qué facultades inscribirse. Miles en ciencias sociales y humanas -teología o autismo-, y sólo cientos en ciencias duras -el futuro del país, el reaseguro del tren progreso del que alguna vez nos bajamos sin haber pedido un deseo a su paso-. Piqueteros blandos -oficialistas y deglutidotes de quesos duros con vinos y orquestas de jazz y música clásica que los seguían en su curso por la ciudad- se encontraban igual de indignados: estaban planificando una manifestación para el día siguiente en Plaza de Mayo, en donde denunciarían el cipayismo europizante de la juventud clasemediera argentina. Las señoras de Barrio Norte, Recoleta y Belgrano habían sido expresamente invitadas y formarían parte del acto: vanos habían sido sus intentos de convencer a sus hijos o nietos de estudiar Matemática o Biología y no Sociología o Comunicación. El país se iba al tacho, y, en estas circunstancias, de poco servían las lecturas de Durkheim o Weber, o las capacidades de análisis del discurso de la semiótica o la semiología.

Barañao miró la parva de hojas y carpetas sobre su escritorio de trabajo, pensó en Klimovsky, no se arrepintió un ápice de las polémicas declaraciones que tres años atrás habían generado un intenso pero masturbatorio debate en un periódico nacional tan oficialista y deglutidor de quesos duros, vinos y orquestas de jazz y música clásica como los piqueteros blandos, y tomó la decisión. Se arremangó la blanca camisa, se desajustó la corbata formal, buscó la agenda que siempre guardaba en el segundo cajón de su escritorio, levantó el teléfono y marcó los números necesarios para salir al exterior. Los llamó, lo atendieron, les contó, estuvieron de acuerdo, y, a la hora, ya se encontraban en su oficina, gorditos y rebosantes, ansiosos de que se les contara detalles sobre lo que se les había adelantado por teléfono. Pidieron tres cafeses sin agua pero con medialunas de grasa y un vasito de jugo de naranja, esperaron la llegada de los otros dos invitados a la cita, y, una vez que estos llegaron, se dispusieron a escuchar con la panza llena y el corazón contento las explicaciones sobre el motivo de la reunión. Las justificaciones de porqué Barañao los había llamado a sus casas o bares de asiduamiento para introducirlos en su idea. Para preguntarles qué les parecía. Para, en el caso de que estuvieran de acuerdo, convocarlos a su despacho para conversarlo personalmente.

Les dijo que lo había consultado con la presidenta –tejido social, ahhh- y estaba de acuerdo. Que las cámaras bajas y altas, como los labios o las culturas, obrarían en consecuencia y defenderían con un cuchillo entre los dientes -a vencer o morir por la patria antes que por la muerte- lo que estaba a punto de explicarles. Que todo estaba listo para hacerlo y que este era el momento ideal. Que sólo faltaba su acuerdo y, claro, sus opiniones, sugerencias, consejos. Que, en contra de lo que sugerían aparateados chismes de pasillo, y reproducían corporativamente los medios de comunicación, no se trataba de recortes presupuestarios, ni de privatización de la educación pública y gratuita –uno de los cuatro, en un rapto de lucidez, pensó que la misma no era ni una cosa ni la otra, sino, en todo caso, estatal y muy costosa-, y, mucho menos, del cierre de algunas facultades y reapertura o extensión de otras. No, nada que ver, aclaró Barañao, eso es consecuencia de los contras internos que padece este gobierno y de los intentos de golpe de estado mediático perpetrados por los medios. A los cuales, déjenme decirles –agregó-, ni uno sólo de los periodistas que se hacen pasar por los comunicólogos que, como chorizo, produce la universidad pública salió a decirles nada. Es más –concluyó, a centésimas de cagar la fruta-, no sólo que no les dijeron nada sino que hacen todo lo contrario: trabajan con ellos, para ellos, desde ellos. Son unos vendepatria, unos cipayos, re-mató, mientras tres de los cuatro movían la cabeza asintiendo y el otro bebía un sorbo de café y se acercaba un medialuna, motivo por el cual se veía imposibilitado de estar cabezonamente de acuerdo. Sino también lo hubiera estado.

Entonces –continuó, ya un poco más calmo, acomodándose la camisa y la corbata salidas de sus cabales por su vehemencia anterior-, lo hablamos con la presidenta y estuvimos de acuerdo. Quiero decir, yo se lo propuse, ella lo pensó -como media hora, acotó-, lo consultó otra media hora, y, a la hora, ya estaba dándome la respuesta afirmativa. Que contara con su apoyo. Y, por lo tanto, con la defensa de género y pseudointelectual de las dos cámaras. La de fotos y la de video. Por lo cual, muchachos –les dijo Barañao, en un tono entre campechano y populista, a ellos cuatro, los cuatro que no habían pronunciado palabra en los veinte minutos de reunión-, como les dije por teléfono y al comienzo del encuentro, todo está listo, las condiciones subjetivas y -mucho más importante- objetivas están dadas para hacerlo. Sólo se trata de poner primera, el pie en el acelerador, y, al estilo de los viejos Ford T que alguna vez fueran el orgullo del mundo desarrollado, darle para adelante. ¿Ustedes qué opinan?

La pregunta cayó como un baldazo de agua fría -o como un patriótico fuentonazo de aceite caliente- sobre las cabezas de los cuatro invitados. Dos de los cuales, por incierto, ya habían terminado sus cafeses con medialunas de grasa y un vasito de jugo naranja, mientras los otros dos, los últimos en llegar –motivo por el cual habían padecido chascarrillos de parte de los otros dos-, estaban todavía finalizando sus respectivos cafeses con leche y medialunas de manteca. Un silencio de radio, que llegó a tapar tanto las emisiones de Radio Nacional que se escuchaban en el despacho, como las orquestas de jazz y música clásica que acompañaban a los piqueteros blandos por toda la ciudad a la caza de bombos que atentaran contra la sonoridad de Monk o Chopin, inundó la oficina. Tanto que la rebalsó. El silencio de hielo heló primero los pasillos del Ministerio y, después, el resto de las oficinas de las restantes dependencias del ejecutivo. Cuando los cinco quisieron acordar, ya habiendo terminado los últimos dos los cafeses con leche con medialunas de manteca, el silencio había empetrolado a músicos y manifestantes: los manifestantes que con su manifestación hacían la mejor música que los oídos pueden escuchar, y los músicos que se manifestaban acompañando aquellas melodías con improvisaciones o interludios. El silencio, como una niebla, como pastizales de libros quemados, como provincianos pueblos enteros soplando para que no se viera nada, ya se había extendido por toda la ciudad. Barañao, silenciado más que afónico, sin salida más que sin voz, no le pudo contar a los cuatro la idea que ya había sido aprobada por la orgásmica presidenta: clonar matemáticos y biólogos para compensar las indeseables cantidades industriales de comunicólogos, sociólogos y filósofos que atestaban la sociedad. El país dejaría de ser subdesarrollado. Pero, también, dejaría de ser católico-apostólico-romano -porque las prístinas jerarquías eclesiales internacionales se oponían a la clonación- y se declararía post-humanista-sloterdijkiano, para pesar mucho de los humanistas, que serían levantados en peso, perseguidos y confinados a campos de concentración de reeeducación posthumanista, en donde se verían obligados a estudiar todas las carreras duras. José Pablo Feinmann y Horacio Gonzalez, dos de los invitados -los que llegaron tarde-, cuando se enteraron telepáticamente del plan, asintieron filosófica y sociológicamente. Leonardo Moledo y Adrian Paenza, matemáticos, también estuvieron de acuerdo. Los dos habían sido invitados para iniciar con ellos la clonación. Pero nada pudo realizarse. Es lástima.

Julio/2008, B. A.

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